La comida es vida, no solo porque alimenta nuestros cuerpos, sino porque nutre el alma. Los humanos hemos convertido el comer en una experiencia, un ritual, una práctica estética multisensorial. Creamos con los alimentos obras de arte y expresiones de amor.
Nuestra relación con la gastronomía se convierte en arte cuando a través de ella conectamos con la memoria, los afectos y nos permitimos experimentarla desde la mirada, el gusto, el olfato, el tacto y el oído (quién no ha sido seducido por el crujir de una tostada).
La comida ha estado ligada a la creatividad a través de la libertad y la experimentación. Los bodegones o naturalezas muertas en el siglo XVII permitieron a los artistas dejar volar su fantasía para ordenar libremente los objetos que deseaban pintar. Al tomar elementos de la vida doméstica (frutas, quesos, platos) mostraron cómo con cosas comunes era posible hacer poesía visual.
Esas pinturas fueron punto de partida para observar el entorno gastronómico desde otros ojos, desde una mirada contemplativa que se da el tiempo de disfrutar de los colores de las frutas, el reflejo de la luz sobre las copas, el brillo de la miel, el caer de la leche sobre un tazón.
En los siglos XVII y XVIII los artistas encontraron en la vida cotidiana motivos para crear. La comida y los procesos alrededor de esta exaltaron la belleza que habita en sus ingredientes, preparación y en el cariñoso acto de compartir los alimentos con otros(as). Entre las obras que nos dejan ver el arte que existe en la gastronomía encontramos los bodegones de Zurbarán y Caravaggio, La lechera (1660) de Johannes Vermeer o El almuerzo de los remeros (1881) de Renoir.
Pero demos un salto al presente para observar cómo persiste la relación entre gastronomía y arte, así como el deleite que nos produce dicha combinación. Cuando nos acercamos a la comida a través de una experiencia artística nos dejamos sorprender, seducir, nos damos permiso de explorar nuevos sabores.
El arte nos enseña a mirar de nuevo el mundo que nos rodea, de ahí que nos encante ver programas gastronómicos como Chef,s Table, entre muchos otros del tipo. Por ello también disfrutamos ornamentar nuestras mesas, llenarlas de flores, servir el mole en platos de barro, descubrir restaurantes con historia, conocer el origen de los ingredientes, cocinar para y con los seres amados.
La comida nos lleva a viajar, conectar, disfrutar. Nos permite hacer pautas placenteras que nos recuerdan lo extraordinario de lo cotidiano. Por lo que, la próxima vez que comas, ya sea sola(o) o acompañada(o), recuerda darte tiempo, cocinar o recibir la comida con afecto, contemplar tus alimentos y saborearlos. Porque ese bello acto de alimentarse es un gesto de amor propio.